Entre Kosovo y La Riviera...
HERMANN TERTSCH
La vida en Cataluña invita muy poco al martirio. Y ni los más fanáticos lograrán deteriorarla como para que valga la pena
CUENTAN que el presidente de la Generalidad, Artur Mas, no quiere preguntas sobre la corrupción en una entrevista que se prepara en su televisión, TV3. No sé quién habrá sido el insensato en proponerle alguna. Pero seguro que ya no anda por ahí. Y se lo merece. Porque no puede ser buen profesional quien tan despistado anda todavía sobre el estado de cosas por el oasis enfangado del mundito mediático catalán. Si le preguntaran a Artur Mas por la corrupción y le diera por decir lo que sabe, podría salirle a TV3 un programa de confesión para Pulitzer. Eso sí, largo. Quizás esos conocimientos le sirvan para protegerse de los suyos cuando esta oleada de disparates que él desencadenó hace dos años se lo lleve por delante. Dicen además que Artur Mas anda enfadado porque se ha enterado por la prensa del nombramiento del nuevo director de La Vanguardia. Eso es otra ofensa. Y un ninguneo al jefe. También porque es buena costumbre respetar ese principio de que «el que paga manda». Después de darle al tambor separatista como solo los Junqueras y los batasunos barretinos del CUP saben, hay cambio significativo en casa Godó. No es que vuelva un triunfante Galinsoga para infundir el brioso compromiso con la nación de La Vanguardia española. Pero sí alguien que modere su entusiasmo y exceso de celo en destruir España, la nación y el Estado al que se juraba lealtad eterna. Como la eternidad ahora es más breve que nunca, hay muchos con prisas. Que no saben cómo ponerse para no les pille el tsunami de la realidad, del fracaso. Saben que no va a haber consulta. Pero saben también que no va a haber independencia. Y que las opciones después de enterrar a Artur Mas y a sus patéticos cómplices están en una masiva operación de reducción de expectativas y consuelo a los más ilusos y fanáticos de sus huestes. Y en una reconducción general de la política catalana hacia el autonomismo que tan bien les ha funcionado. Hasta que los peores aprendices de brujo, encandilados por osadía y felonía de Rodríguez Zapatero, se lanzaron a esta delirante aventura. Mientras no existan generaciones de nacionalistas catalanes decididas a matar y morir por la independencia, y además suficientemente numerosas y fuertes para ganar a toda España, catalanes no independentistas incluidos, las aventuras separatistas son lo que siempre han sido: un intento general de chantaje al resto de compatriotas.
Ya se ha desvanecido el panorama idílico que han querido vender Mas y su tropa, con una secesión «de buen rollo», como si destruir la casa común y amputarnos la vida, la patria, la historia y el futuro a 47 millones de españoles fuera fácil, amable y además gratis. Van Rompuy es el último que les ha dicho que tienen mucha suerte los catalanes de que los independentistas no se vayan a salir con la suya. Porque de hacerlo, estarían solos, aislados y empobrecidos para dos generaciones. Y la vida es muy corta. Y en Cataluña, bella. Pese a la crisis. Como para inmolarse por los tataranietos. Poco razonable sacrificar la vida en Cataluña, tan poco kosovar ella. ¿Si se parece tanto más a la vida en la Riviera que en Kosovo, por qué imitar a los kosovares y no a los razonables franceses meridionales? La vida en Cataluña invita muy poco al martirio. Y ni los más fanáticos lograrán deteriorarla como para que valga la pena. Otra ventaja: No les será difícil a los gobernantes reconducir el discurso. Para eso cuentan con los medios y los periodistas más dóciles y oficialistas del mundo. En rivalidad con China y Bielorrusia.
0 comentarios