La parte contratante de la primera parte
El referéndum que pretende llevar a cabo el separatismo catalán es, de inicio y en esencia, un acto profundamente antidemocrático, aunque de democracia se llenen la boca sus autores. Lo es porque pretenden decidir sobre algo que no solo les compete a ellos, porque se apropian del derecho de todos y porque vulneran y traicionan la Constitución que masivamente votaron donde se estableció que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español. Votar sobre la partición de España y la separación de Cataluña es, en todo caso, algo sobre lo que tendríamos que pronunciarnos y votar todos los españoles. Eso es lo primordial y lo demás ascuas a la sardina.
Eso es, pero además su celebración empieza a parecerse a un imposible metafísico porque su conversión en hecho, más que presunta, se antoja cada vez más una posibilidad muy remota por mucho que se suelten baladronadas de ¿ a ver quien nos lo impide?. Pues simplemente quien puede y está en la obligación de hacerlo.
Con ello por delante, lo demás resulta accesorio. Sin embargo hay algo que ha acabado por cerrar el círculo de la astracanada y que confiere un matiz ridículo por muy grave que sea, que lo es, la situación que crea. Marx, Groucho y en compañía de sus delirantes hermanos, parecen haberse en la reunión que parieron la pregunta, o las preguntas o la pregunta de la pregunta subordinada a la primera pregunta.
Porque vamos a ver quien es el guapo que llega a una conclusión si se celebrara tal consulta y con tales preguntas. Lo primero es que solo los que respondieran si a la primera, “¿Quiere que Cataluña sea un estado?” pueden seguir con la segunda “En caso de votar sí: ¿quiere que Cataluña sea un estado independiente?” , o sea solo los de la parte contratante de la primera parte pueden ser luego contratantes de la segunda. Y el lío resulta ya de interpretación matemática, como han puesto de manifiesto las encuestas realizadas que de inmediato se prestan a múltiples lecturas diferentes eso sin contar que habría quienes no se dieran por satisfechos y votaran un doble no aunque no pudieran hacerlo y provocarían un nulo y una, aún mayor, invalidez estadística.
Supongamos que a la primera sale por encima de un 50% por ciento de los votos, que puede ser bastante menos un 40% del censo, y luego entre los del si, la segunda parte contratante de la primera parte, arrasan en la segunda con un 80%, pero un 80% del 50%, ya no es un 50% y aún mucho menos de la población total con derecho a voto. Y si las encuestadoras ya se freían los sesos en la cocina para lograr dar alguna cifra, la definitiva de la independencia, imagínense lo que sería de consumarse el asunto. Para un roto, para un descosido, para cantar victorias a favor y en contra, eso sin tener en cuenta de que luego habría que ir por partes y unos independizar Lérida y otros haber desindependizado Tarragona, pongo por caso. Porque si la soberanía se hace pedazos, también los pedazos pueden hacerse cachitos. ¿O no?
No es, desde luego, cosa de broma que Más, Junqueras, el de la chancla de la CUP y los compañeros de viaje de un partido ilusionante y serio que fue el PSUC un día y ahora cuesta saber como se llama, nos hayan colocado en el escenario peor desde el punto de vista institucional y de fractura territorial y social que haya tenido que afrontar nuestra democracia desde el intento del golpe del 23 F. No es broma, pero no deja de tener ribetes de camarote enloquecido, donde los marxistas son de Groucho y Groucho es Oriol con chistera, la que están liando en el barco.
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