No sé quién ganará la guerra de Ucrania, aunque deseo de todo corazón que sean los ucranianos. Lo que sí me atrevo a afirmar es que Rusia ya ha perdido la guerra económica a causa de todo un rosario de errores de cálculo que le puede costar muy caro.
El primer error fue pensar que Occidente no se atrevería a reaccionar y ponerse del lado de los ucranianos. Pero Occidente lo ha hecho y ha empezado a utilizar todas las armas económicas de que dispone, que son muchas y muy potentes. De momento, ya ha cortado el acceso de Moscú a los mercados de divisas. A causa de ello, esta semana Rusia afrontó la amenaza de un default. La razón es que el 16 de marzo tenía que hacer frente al pago de 117 millones de dólares de la deuda externa del país. El Gobierno ruso anunció que haría el pago en rublos, pero el problema es que ese pago solo sería aceptable si en los contratos detrás de esa deuda se prevé la posibilidad de hacer el pago en moneda nacional, lo que parece ser que no es el caso. Este viernes, Rusia logró esquivar por el momento el incumplimiento de pagos. El banco estadounidense JP Morgan anunció que sí había dado trámite al pago de 117 millones de dólares en intereses de deuda rusa y que había enviado el dinero a Citigroup, la entidad que en teoría debe remitir el dinero a los acreedores.
El riesgo de default parece haber sido superado por el momento. Y esto es una cuestión importante porque si Rusia no paga lo que debe en moneda extranjera no tendrá acceso a los mercados financieros internacionales, sea cual sea el resultado de la guerra de Ucrania. En 1918, la Unión Soviética repudió el pago de la deuda externa de la Rusia zarista y se pasó casi cuatro décadas sin acceder a la financiación internacional hasta que la pagó. Los mercados son así de poderosos.
Segundo error. Rusia no esperaba la salida masiva de empresas extranjeras de su territorio. De hecho, cuando las empresas empezaron a anunciar su marcha, el ministro de Economía ruso, Maksim Oreshkin, anunció medidas para facilitar la reestructuración de las empresas extranjeras en territorio ruso y otras medidas de flexibilización, pensando que eso bastaría para que se quedaran. Sin embargo, casi todas se han ido, lo que le puede costar a Rusia dos millones de empleos directos. Las reacciones del Kremlin, amenazando con incautarse de los activos de las empresas extranjeras, con no respetar los derechos de propiedad intelectual y con presiones sobre los directivos de las multinacionales foráneas para evitar que abandonen el país, revelan el alcance del daño que puede sufrir la economía rusa.
El tercer error ha sido pensar que la dependencia de buena parte de Europa occidental del petróleo y el gas ruso disuadiría a estos países de emprender acciones de calado contra Rusia. Que habría sanciones ya lo tenía descontado el Kremlin, pero no que fueran de esta magnitud, ni de que Europa se haya puesto manos a la obra para desengancharse lo antes posible de la dependencia energética de Rusia. Sin ir más lejos, el canciller alemán Olaf Scholz ya ha dicho que hay que cambiar la estrategia energética, no depender en otoño de Rusia y volver a la energía nuclear, entre otras cosas. La exportación de combustibles fósiles es, con enorme diferencia, la principal fuente de divisas y de ingresos del Estado ruso. Sin ella, no tendrá divisas para pagar su deuda externa, ni para importar los alimentos, las materias primas y los productos de ingeniería que necesita su economía.
Último error. Pensar que, en cuanto termine la guerra, Occidente se olvidará de todo y volverá a hacer negocios con Rusia como siempre. El rearme acelerado de Alemania, sin ir más lejos, dice todo lo contrario.
A causa de estos errores, las probabilidades de colapso de la economía rusa son muy elevadas.
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