Han salido muy contentos. Se han aplaudido mucho los unos a los otros. Han dejado los suspensos para febrero y Rubalcaba, feliz, ha logrado aplazar su desahucio.
Tienen razón para el alivio. Podían haber estallado pero el viejo instinto de supervivencia se ha impuesto. Lo venden como victoria y en esa demasía está su falla.
Los dos esenciales problemas del PSOE siguen ahí, y mañana mismo afloraran por encima de la impostada escena de hermandad. La diferencia con el PSC no es matiz y no vale soslayarla. Es algo tan esencial como la soberanía conjunta del pueblo español sobre la totalidad de España. Pretender que una parte puede expropiarla a todos los demás es insostenible. Es ese principio lo que esta en juego. Ni valen tercera vías ni navegar entre dos aguas. Como unos y otros lo saben se escudan en palabrerías pero los hechos los ponen y los seguirán poniendo, y dejando, en evidencia.
La otra cuestión pretendidamente solapada bajo la alfombra es la del liderazgo. Rubalcaba ha logrado aquí su propósito: ganar tiempo y aplazar su desahucio. Que conociéndolo no significa que llegado el momento se produzca. Lo solventarán unas primarias cada vez más impredecibles- esas militancias asimétricas equiparadas en derechos a simpatizantes de ocasión a euro el voto pueden ser dinamita- y donde si algo hay ahora pronosticable es que las ganaría de calle la nueva estrella emergente, Susana Díaz, que parece ser la única que no va a presentarse. O sea, que si podría haber un líder real en el socialismo, que ha dejado claro que es quien verdaderamente manda y hasta ilusiona, pero que no va a ser ella porque por ahora no puede a no haber tenido tiempo siquiera de calentar el sillón en Andalucía. Con un algo añadido, ha nacido y la han elevado a los altares con tan vertiginosa celeridad que no es descabellado intuir riesgos de estrella fugaz o de una tutela tal sobre el elegido que se convierta en el futuro problema. Algún veterano ya señaló que la dirigente andaluz ha empezado a pecar de ir “sobrada”. Y el emplazado Rubalcaba, ojo que no ha dicho su última palabra.
En suma que se aplaudieron todos los unos a los otros, abuchearon a la Corona y a la Iglesia como seña de identidad emocional y siguieron con lo de reformar la Constitución con la razón inconfesable de hacerlo para contentar al nacionalismo- lo que es perseverar en el error suicida generalizado desde el comienzo de la democracia- y ver de apañar su brutal contradicción de pretedender navegar entre dos aguas entre la separación y la unidad de España y la confesada pero infantil excusa de que hay generaciones que la actual no la han votado. Con tal premisa no quedaba ni una en el mundo y más aún cuando nuestro principal problema es que las nuestras no nos han durado hasta la fecha ni un verbo por haber sido un trágala continuo de los unos sobre los otros. Que parece ser la nueva línea. Hacer una Constitución a la medida de una parte. La suya, claro.
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