SPAIN CAN: La muy necesaria Nueva Ley de Educación del Gobierno Rajoy que mete sensatez al desbarajuste...
Javier Latorre Las universidades españolas son un campus de vagos y mediocres, desde los alumnos hasta los profesores. Con el inicio de la Democracia, los gobiernos se propusieron tumbar las vallas que habían mantenido a las facultades al alcance de sólo de los mas capaces para conseguir las generaciones mejor preparadas. El proceso derivó luego, al albur de las competencias que fueron adquiriendo las comunidades autónomas, en un auténtico despliegue de centros universitarios sin parangón en el resto de Europa.
Un ejemplo: Alemania, meca europea de la ingeniería, prácticamente duplica la población española y, sin embargo, tiene un 40% de centros menos. Veinte años después de cultivar este campo de setas, las autoridades académicas se echan las manos a la cabeza.
España ha desembocado en lo que Santiago Molina García, doctor en Ciencias de la Educación y catedrático de Educación Especial de la Universidad de Zaragoza, denomina “la masificación democrática de la universidad”. Sus señas prácticas: miles de licenciados arrinconados por el propio mercado.
Como resume Manuel O. Del Campo, experto en Recursos Humanos, los poderes públicos han orientado desde hace años a los jóvenes hacia la universidad por su interés de otorgar un grado más elevado de preparación a los habitantes. Pero de lo que no se estaban dando cuenta era de que se estaban produciendo dos fenómenos a la vez: la saturación y la escasez de personas capacitadas para desempeñar “profesiones”.
La necesidad de pintores, técnicos informáticos o electricistas responde a una regla de oro que no conviene obviar: el mercado laboral es quien redirecciona la oferta formativa, y no a la inversa. O dicho en clave metafórica: tener una espléndida plantación de papayas no sirve de nada si las familias sólo llenan su cesta de la compra de manzanas golden y plátanos canarios. Precisamente, el creciente interés por la Formación Profesional viene a rellenar este vacío en el mercado laboral.
1 comentario
GIRAUTA -
JUAN CARLOS GIRAUTA
Día 11/06/2013
A mí el plan Wert me parece incluso mejor que a Wert, que el otro día se lamentaba de lo de españolizar a los niños catalanes
REGENERAR España, palabras mayores que mejor no usar en vano. No vaya a convertirse el grito de los bisabuelos, que atraviesa los siglos, las guerras y las paces, en lema publicitario de crecepelo para spin doctors. Los bisabuelos acertaban y erraban, sobre todo si se les toma en su conjunto, como generación. Y los abuelos, y los padres, y nosotros, claro. Pero este regeneracionismo es el nuestro y este noventayocho también es el nuestro. Tenemos derecho a que nos duela España con nuestra propia intensidad y sin interferencias. Aunque al final sólo reconocerán a Costa o Unamuno los afortunados jóvenes que van a cursar el plan Wert. Creo que al ministro le niegan a los empollones el saludo por pura envidia de sus hermanos pequeños.
Ahí se regenera, trabajando en la raíz, en la escuela. Costa estaría de acuerdo, pero nosotros no lo hemos aprendido a su costa; lo hemos aprendido por las bravas, viendo desahuciar de sus potencias (eso sí es un desahucio irreparable) a un par de generaciones. A mí el plan Wert me parece incluso mejor que a Wert, que andaba el otro día lamentando sus palabras a primera sangre sobre españolizar a los niños catalanes. Soy más de Wert que Wert mismo: yo sólo retiraría esa fórmula una vez nos explicaran el presidente Mas, su consejera Rigau, su vocero Homs y sus tentáculos dizque culturales por qué catalanizar niños es cojonudo, conveniente y oportuno mientras que españolizarlos es perverso y siniestro.
Si conseguimos regenerar España será porque la escuela vuelve a ser el lugar civilizatorio, la preparación para el lazo social, el templo del compromiso con uno mismo, con sus dones y su esfuerzo, con la alegría del descubrimiento, con la hondura y el deslumbramiento de comprender que la construcción del castillo interior nunca termina.
Dejando aparte los buenos salvajes rousseaunianos, bonito invento de catastróficas consecuencias, y los experimentos anarcoliberales del colegio en casa, el mundo no ha descubierto un modo mejor de administrar esas cosas proteicas que son la infancia y la adolescencia. Un sistema de instrucción pública lo más afrancesado posible, control regular de calidad del profesorado, competencia entre centros, reválidas, premio al mérito, micromundos de autoridad del maestro y atención al alumno, de mutuo respeto y clara jerarquía, sin tuteos, solemne, ojos y oídos alerta, con todos los estímulos intelectuales, y con toda la sensibilidad de los trabajos que modelan humanidades, sin eludir la responsabilidad de un proceso que, por supuesto, también es moral.
Una escuela tal, con estándares nacionales de contenidos, calidades y controles es condición sin la cual no no hay regeneración posible y sólo cabe gestionar la decadencia, los vergonzosos récords de abandono temprano, de comprensión lectora. Colistas europeos, fábricas de parados y resentidos precoces, cadenas de montaje donde se le insertan al muchacho, en frío, frustraciones y errores de los más ideologizados de entre sus mayores.