Artur Mas, la grotesca reiteración....
LA PIRAÑA SENTIMENTAL
Una sociedad sin un mínimo de compromiso emocional con las leyes
basadas en la razón no es nada
HEINRICH Heine, el gran poeta judío alemán fue, además del genio del romanticismo y enterrador del mismo, un vitriólico periodista y agudo ensayista. Nacido en pleno reino del terror político francés en la afrancesada Renania y muerto en el exilio en París, la revolución francesa y la lucha por la libertad fueron para él, como judío, como alemán, como europeo, como poeta y como agitador, más que una obsesión. Y fue siempre y hasta el final un indomable defensor de los derechos ciudadanos, enemigo del absolutismo y pesadilla de Metternich en la Europa postnapoleónica. Pero muy pronto vio los peligros del delirio emancipador francés, los horrores que genera la tiranía de la libertad sin cauce ni medida y ante todo, los monstruos que generan las pasiones populares y la dictadura del sentimiento. El siglo de las luces y de la razón había dado paso al de la pasión y el romanticismo, dos monstruos que pronto escaparían al control de poetas, políticos visionarios y líderes populares para adueñarse de los pueblos. Esas pasiones capturarían almas y corazones de las masas y habrían de crecer sin cesar en el XIX hasta convertirse en las fuerzas que hicieron después del siglo XX una concatenación de carnicería humana sin precedentes en la historia de la humanidad. Siempre con afanes salvadores, siempre con fines redentores, siempre bajo la incontestable bandera del bien absoluto y la felicidad, los totalitarismos surgían de aquellas efervescencias de sentimientos compartidos por millones. Heine advirtió contra el horror de las pasiones políticas que quiebran la razón. Hasta el punto de que algunas frases suyas son escalofriante prognosis de espantos por llegar. Una de ellas sin duda la célebre: «Allí donde se queman libros se acaba quemando personas». Rüdiger Safranski, historiador y filófoso publicó hace un lustro su libro «Romantik, eine deutsche affäre· (Romanticismo, un asunto alemán). En él se estudia como nunca antes la evolución terrible del idealismo y del romanticismo hacia los sentimientos populares y nacionales y el fanatismo ideológico que nos lleva por la senda totalitaria hacia Auschwitz.
Es peligroso el jugar con estos sentimientos que se convierten en una piraña en las personas que devora el corazón, la razón y todos los sentimientos de compasión, solidaridad y generosidad. Los aprendices de brujo o brujos consumados creyeron siempre poder usarlos a su capricho. Y siempre adopta vida propia la piraña, se libera y aplasta la convivencia y a los propios pueblos. Ahí tenemos hoy de nuevo al fanatismo insuperable de los salafistas del Islam, cuyo sentimiento de ofensa justifica todo daño y dolor. Pero hay otros con diverso nivel de gravedad y drama que se nutren de las mismas savias del sentimiento del agravio común, del odio compartido, del sentimiento identitario desbocado y agitado por unos intereses casi siempre ocultos o torticeros. Lo cierto, que una sociedad sin sentimiento y emociones comunes, sin un mínimo de compromiso emocional con las leyes basadas en la razón, no es nada. Queda convertida en una multitud de egoísmos incapaz de movilizarse para un bien común, ni siquiera para su autodefensa ante la agresión de pirañas ajenas. En esta situación están muchas sociedades abiertas, hoy débiles, sin rumbo ni relato. Ejemplo es la sociedad española actual en la que los gobernantes y los gobernados huyen por igual de todo compromiso con valores u objetivos comunes que requieran sacrificio o esfuerzo. Estas sociedades indolentes e inermes, fomentan, por el vacío que generan, el surgimiento de la radicalidad identitaria. Que es la agitación sentimental colectiva del nacionalismo activada con oportunismo y demagogia por dirigentes y castas sin escrúpulos. Heine nos avisó. Artur Mas no es, en este sentido, sino una grotesca reiteración.
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