Gladiator Scripsit: La situación es de agonía, más aún: de emergencia nacional...
Gladiator Scripsit:
El Partido Popular hace muy bien en confiar sólo en la denuncia del caos económico en que estamos sumergidos como el principal argumento de esta campaña electoral, como la idea-fuerza que dicen los cursis de la sociología que se inventan términos para cobrar más cara su mercancía a sus ingenuos clientes. Hace bien: la crisis es de tal magnitud que aquella invectiva que se atribuye a Clinton pero que parece que tiene mucha más antigüedad, “¡Es la economía, imbécil!”, tiene perfecta actualidad. Pero ahora, aparte de esta crisis, hay otras por lo menos con la misma carga de dramatismo. Son las crisis institucional, territorial, social, moral y exterior que nos lega esta pesadilla de pésimo gobernante. Cada una de ellas, por separado, y sin mezcla alguna, significará una tara que el nuevo Gobierno deberá solventar en muy poco tiempo. La situación es de agonía, más aún: de emergencia nacional. Durante los casi ocho años de la Administración zapaterista ni una sola –repito, ni una sola– de las instituciones del Estado ha dejado de sufrir; todas han sido mancilladas hasta el extremo más radical. El Consejo del Poder Judicial, mil veces aplazada su renovación, es hoy un órgano inútil en el que se sientan personajes tan atrabiliarios como el propio abogado del juez Garzón. El letrado Gómez Benítez, que fue uno de los negociadores de Zapatero con ETA. Este personaje no ha tenido la galanura de abstenerse en ni una sola de las discusiones que han tenido lugar y que aún tienen, sobre el porvenir judicial de su patrocinado. Dívar, el presidente, campeón mundial de la bonhomía, rige este órgano con una prudencia cautelar que convierte las decisiones en paja para zoológicos rurales. El Consejo designa profesionales según amaños indecentes y cada facción es sponsor de individuos de su misma ideología. Este es el Consejo.
Destrucción total
¿Qué decir de la Audiencia Nacional? Pues aunque sólo sea esto, basta: otro juez, de apellido Gómez y de apostilla Bermúdez, ha viajado desde la derecha (a la que ha traicionado) a la izquierda colaboracionista con un desparpajo que pueden imitar hasta los indignados. Sentenció el 11-M a la manera y gozo que le pedía el Gobierno y más aún el responsable Rubalcaba, y ahora acaba de perpetrar una de las maniobras más repulsivas de la reciente historia judicial con ocasión de la sentencia del Faisán. La Audiencia, con la culpabilidad directa del presidente de su Sala de lo Penal, se ha convertido no ya en una entidad sospechosa, sino en directamente inconveniente.
El Consejo de Estado lo ha llenado Zapatero de partisanos que, por todo tener, tienen una biografía jurídica que cabe en medio papelillo de fumar. Desde Teresa Fernández de la Vega, la persecutora mísera y feroz de periodistas, a un ex presidente regional, el Consejo es hoy una institución inservible o, forzando el retruécano, sólo al servicio de los intereses del partido del Gobierno. Una auténtica lástima cuando se trata de un órgano que es, en teoría, el que construye la fasilla sobre la que debe edificarse todo el edificio institucional y administrativo español. Ahora bien, si alguien ha hecho más por volar la condición neutral del Estado ha sido el Tribunal Constitucional, plagado de magistrados “al servicio de” y dirigido por quien ostenta un doble y raro récord: el primero, el de ser el único español en la reciente trayectoria democrática del país que ha presidido el Tribunal de Cuentas, el Supremo y ahora el Constitucional. Siempre designado a instancias del Partido Socialista. El segundo, es que Pascual Sala es el principal responsable de que el infame Estatuto de Cataluña haya salido con bien y de que incluso los artículos que, vergonzantemente, fueron declarados disconformes con nuestra Norma Suprema se estén aplicando. En resumen, Pascual Sala no es que sea sólo una desgracia, es que es un dinamitero de la Constitución que ha jurado defender.
Lo han “tocado” todo
Territorialmente, España se ha quedado al borde de la explosión por todo lo que acabamos de contar y porque un impresionante irresponsable e indigente histórico e intelectual se ha encargado de romperla. En efecto: su acuerdo con los nacionalistas catalanes y con sus congéneres (o algo así) del Principado ha terminado por diluir toda relación de Cataluña con el resto de España. ¿Qué le cabrá hacer ahora al próximo presidente del Gobierno? ¿Será capaz Mariano Rajoy, si es que gana, de restablecer un consenso básico para la reintegración de Cataluña en España? Las apuestas pueden cruzarse, pero algo es muy seguro: el empeño es de tal magnitud histórica que o se acomete o, tras siglos de común camino, los separatista catalanes con el parco e inane Mas al frente, y con Duran de acólito eficaz, intentarán lo que hasta hace poco parecía impensable: la separación, a lo Kosovo, de Cataluña. Una hazaña de todos ellos.
Queda muy poco espacio para, sin llorar aún sobre la leche derramada, recordar otras tres crisis que, inusualmente, tendrá que acometer el próximo Gobierno de esta Nación, mientras tal se llame. La social, la moral y la exterior. Sobre la primera, un breve apunte en el que todos convendremos. Este individuo orate e iluminado ha querido y, eso sí, lo ha conseguido, subvertir todos los valores de nuestros ciudadanos. Desde la vida a la educación de nuestros niños lo ha “tocado”, que diría Alfonso Guerra, “todo”. El aborto queda para la revocación de Rajoy. Veremos si encuentra momento para convertirlo en agua pasada. Socialmente, Zapatero ha dividido, con toda consciencia, al país en dos mitades que se ha encargado de que parezcan irreconciliables. A Rajoy le va a quedar la apabullante tarea no sólo de apaciguarlas, sino de imponer un orden público que la izquierda, desde el primer día del Gobierno del Partido Popular, va a violentar, en frase de Zapatero, “como sea”. Y del exterior, remedando el chiste de la muchacha reticente a la coyunda, “ya no hablamos”. Recuperar nuestro prestigio, allende, diría otro estúpido, de los Pirineos, es una tarea que va a resultar ingente. Los dos ministros del ramo de Zapatero, a cada cual menos apto, han dejado la carrera diplomática para el tinte, y España no cuenta ya ni siquiera para el agónico bufón del Caribe, Chávez. Nuestra política internacional es una excrecencia lamentable y, lo que es peor, risible. ¡Vaya labor le espera al próximo ministro de Exteriores de España!
Construir sobre los restos
Y así es todo. No lloramos sobre la leche derramada; sencillamente la tiramos por la cañería por su condición de rancia, apestosa. A partir de ahora, a construir sobre los restos de nuestra sempiterna Hispania, destruida, con tanto empeño como idiocia, por ocho años socialistas. ¡Que los dioses se apiaden de Rajoy!
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