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MATEO MATHAUS: THE WORLD NOW

ISLAM: Las monarquías del Golfo se niegan a acoger refugiados sirios..PERO FINANCIAN A TERRORISTAS...

El conflicto pone en evidencia el mito de la solidaridad entre los árabes | "Dan armas a los rebeldes pero cierran a cal y canto la puerta a los refugiados", dicen en Damasco

 

Las monarquías del Golfo se niegan a acoger refugiados sirios

El ministro de Exteriores saudí, en un encuentro de la Liga Árabe. YASER AL-ZAYAT / AFP

Tomás Alcoverro

Tomás Alcoverro

 

El escándalo de los refugiados sirios -y me refiero a esta ausencia de programas de ayuda humanitaria a los tres millones y medio que viven en Líbano, Jordania, Turquía, sus países fronterizos y después a los que buscan abrigo y futuro en Europa- ha reventado las hueras proclamas de la solidaridad y hospitalidad de los árabes. "Los principados del Golfo -me decía, encolerizado, un damasceno- ayudan con armas a los rebeldes que destruyen, día tras día,pueblo tras pueblo, monumento tras monumento, nuestro país, pero han cerrado a cal y canto sus puertas a nuestros refugiados".

Esta actitud, esta ausencia de programas de ayuda humanitaria, ha quedado más patente cuando el Gobierno de Alemania y otros gobiernos europeos han empezado a recibir a los ahuyentados por la guerra de Siria -desde su principio mantengo que es la guerra del siglo XXI- entre­abriendo prudentemente sus fronteras. En medio de esta atmósfera efusiva, los dirigentes de Dinamarca, sin embargo, ya han advertido en los diarios de Beirut que endurecerían las condiciones de los candidatos libaneses para conseguir visados. En este tiempo de amarguras y pasiones, hay una gran confusión de refugiados, emigrantes, y como también se ha revelado, de elementos sospechosos, que anhelan entrar en el El dorado europeo.

El mal denominado mundo árabe -es árabe quien habla esta lengua, porque las otras señas de identidad, como raza o religión, son relativas- está dividido entre dos grandes conjuntos de pueblos. En la península Arábiga viven los más ricos, gracias al maná del petróleo, gobernados por regímenes absolutistas, opresivos, protegidos por Estados Unidos, desprovistos de civilización y de historia. Su riqueza es el petróleo y el monopolio, como pretende Arabia Saudí, del islam. Al norte, en Bilad el Cham, sirios, libaneses, palestinos, jordanos, viven en tierras pobres, pero en históricas y milenarias ciudades como Damasco, Jerusalén, en medio de diversas culturas antiquísimas, con minorías étnicas como la kurda. Iraq es la antigua Mesopotamia, a la que los colonizadores británicos añadieron los yacimientos petrolíferos de Mosul y Kirkuk.

Los potentados príncipes del Golfo, advenedizos de la historia contemporánea árabe, acogieron a los refugiados kuwaitíes en 1990, tras su ocupación por las tropas de Sadam Husein. Al fin y al cabo, los kuwaitíes perte­necen a esa élite de los árabes opulentos y dóciles. No son levantiscos como los palestinos, los sirios, los libaneses, acostumbrados a otra manera más libre de vivir.

Ninguno de ellos se ha atrevido ahora a recibir a los desesperados sirios que se han quedado sin su patria de civilización milenaria, sin su país construido con el esfuerzo de su trabajo. Cuando hace casi cinco años comenzaron las malhadadas primaveras árabes en Siria, en Libia, Túnez, Egipto, Yemen, también les cerraron sus fronteras a los que huían. El fracaso de las primaveras árabes de Libia y Siria, sobre todo, han convertido el Mediterráneo en un mar de cadáveres.

Estas dictaduras, consentidas por Occidente por sus intereses petrolíferos, justifican su actitud aduciendo que la mayoría de su población ya está constituida por emigrantes extranjeros. Argumentan que su adaptación sería difícil en sociedades de alto nivel económico como Dubái, Qatar o Arabia Saudí. Insisten en que ayudan con sus cheques bancarios a los campos de refugiados de Jordania y Turquía y que cumplen con sus obligaciones humanitarias. Con su lujo ostentoso, su vida extravagante, su desafiante opulencia, han erigido los tejados de vidrio de sus más altos rascacielos. La cólera y la miseria de los refugiados sirios serían una amenaza para su seguridad, imprescindible para mantener sus emporios de especulación.

El escándalo de los refugiados sirios ha dado la puntilla a lo que quedaba de la proclamada solidaridad árabe. Se ha ahondado el abismo entre pueblos árabes ricos y pobres, primitivos tribales y civilizados. "La desgracia de los árabes -me dijo hace años un libanés- es el petróleo. Estos principados son más accesibles a los occidentales, a los europeos, que a los hermanos árabes". Algunos de sus gobernantes echan en cara a Estados Unidos no haber derrocado al presidente sirio Bashar el Asad, al que acusan de todas las catástrofes de esta guerra brutal.



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