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Ni todos los curas son pederastas, ni todos los deportistas se dopan, ni todos los políticos están para llevárselo crudo...Generalizar es totalitario...

Federico Quevedo.-  18/08/2012

Tengo un buen amigo, muy buen amigo, que es alcalde de un pueblo mediano, muy complejo en cuanto su composición, como suele ser habitual en los municipios gallegos. Mi amigo es alcalde las 24 horas del día, los 365 días del año. Dice que casi nunca puede tomarse unas vacaciones, que está siempre a disposición de sus vecinos, sean las doce del medio día o las tres de la madrugada, que se conoce la vida y milagros de cada uno de ellos, sus problemas, sus alegrías, sus preocupaciones, que es su paño de lágrimas cuando la vida da algún golpe duro -y lo sé porque lo he visto con mis propios ojos-, que se pasa la vida recorriendo el ayuntamiento de arriba a abajo, comprobando donde hay un conflicto, donde hay que arreglar una cañería, donde una carretera o camino en mal estado, donde hace falta tal o cual servicio.

Mi amigo, alcalde de un pueblo mediano, empieza a estar harto, rematadamente harto, de haberse convertido en el pimpampum de toda la opinión pública, en la diana de todas las críticasMi amigo es un político entregado a la causa del servicio a los demás por un sueldo inferior al del director de una sucursal de Caixa Nova que, seguramente, se habrá hartado de colocar preferentes entre los vecinos de su ayuntamiento sin preguntarles siquiera si las querían.

Mi amigo es médico, y sin duda alguna si se dedicara a su profesión ganaría el doble y trabajaría la mitad, pero hasta hace bien poco no tenía ninguna duda sobre el camino que había elegido. Hasta hace poco, digo, porque de un tiempo a esta parte él, como otros muchos alcaldes compañeros suyos, da igual que sean del PP o del PSOE, como otros muchos regidores de toda España, empieza a estar harto, rematadamente harto, de haberse convertido en el pimpampum de toda la opinión pública, en la diana de todas las críticas, en el ojo del huracán que recorre España de norte a sur y de este a oeste.

Gonzalo, que es como se llama mi amigo, no es una rara avis, ni un espejismo en el desierto de la política, porque, como la gran mayoría de la gente que se dedica a ella, lo hace con esa vocación de servicio público que le caracteriza. Pero la 'clase política' se ha convertido en estos tiempos en el centro de todas las críticas, en el tercero de los problemas de los ciudadanos según los sondeos del CIS, y no deja de haber un punto de injusticia en esa percepción, por más que haya políticos que se ganen a pulso el rechazo de la sociedad y por más que el estamento político haya sido complaciente con determinados comportamientos que se antojan excesivos en situaciones como la actual.

Hemos caído, universalmente, en la tentación de la generalización: todos los políticos son iguales, igual de despilfarradores, igual de corruptos, igual de 'casta parasitaria'... No es verdad. No es, desde luego, una verdad absoluta.

La democracia no puede existir sin políticos, no nos olvidemos de este 'pequeño' detalle. La democracia asamblearia nos conduce al totalitarismo como se ha demostrado fehacientemente a lo largo de la Historia y solo la democracia representativa puede garantizar los niveles adecuados de libertad y ejercicio de nuestros derechos y deberes como también se ha evidenciado. Y la democracia representativa exige la existencia de una clase política que responda a las demandas de los ciudadanos. Una clase política que debe estar bien pagada, porque para eso abandona, en muchos casos, profesiones de mayor rendimiento salarial y se les exige niveles altos de transparencia y honestidad.

Se han dicho muchas tonterías como que en España hay más funcionarios que en Alemania, sin añadir a continuación que en Alemania los profesores y los empleados de la Sanidad no son funcionariosEstos días circulan por las redes sociales muchas falsedades, como la de que en España hay más de 400.000 políticos o la de que sobran 355.000... Nada de eso es cierto. Es posible que, en efecto, a lo largo de estos años se haya sobredimensionado la presencia de cargos públicos en las distintas administraciones y en ese sentido es positivo que la propia clase política haya caído en esa percepción y esté empezando a poner remedio a la situación.

Son necesarias reformas que adelgacen nuestras administraciones que durante estos años han visto disparar sus gastos de personal; Pero también es verdad que se han dicho muchas tonterías como que en España hay más funcionarios que en Alemania, sin añadir a continuación que en Alemania los profesores y los empleados de la Sanidad no son funcionarios

Es verdad, también, que hemos visto en nuestra clase política comportamientos vinculados a la corrupción y al despilfarro que son indignantes y, si cabe, los ciudadanos debemos exigir una mayor contundencia en la aplicación de las leyes cuando se trate de delitos y en la reforma de los reglamentos cuando se trate de comportamiento éticamente reprobables como ha ocurrido, por ejemplo, con el asunto de los viajes de nuestros miembros del Consejo General del Poder Judicial.

Desde estas mismas líneas yo he reclamado, y lo sigo haciendo, mayor ejemplaridad a nuestra clase política: no se pueden pedir sacrificios a los mismos ciudadanos que les pagan de sus impuestos móviles, tabletas electrónicas y dietas de transporte con vivienda en Madrid a sus señorías diputados y senadores.

La condena generalizada a toda nuestra clase política es un ejercicio extremadamente peligroso que puede conducirnos a un régimen de ausencia de libertadesPero la condena generalizada a toda nuestra clase política es un ejercicio extremadamente peligroso que puede conducirnos a un régimen de ausencia de libertades como el que hace relativamente poco tiempo hemos dejado atrás. Es curioso como en ese discurso coinciden izquierda y derecha extremas, un discurso muy similar al de los fascismos de principios del siglo pasado que puede releerse en los discursos de Primo de Rivera, de Mussolini, incluso de Hitler. 

Nuestra clase política merece que se la dignifique. Para eso es necesario que ellos mismos sean conscientes de sus errores y los corrijan, pero también debemos hacer un ejercicio de pedagogía sobre lo que significan los políticos para nuestra democracia. Ejemplos como el de Gonzalo son los que dan a la política ese aura de dignidad que necesita, y los medios de comunicación deberíamos hacer una labor más constructiva en ese sentido, porque en buena parte somos también responsables de esa condena generalizada y notablemente injusta, o de lo contrario nos exponemos a que, en efecto, acaben llegando al ejercicio de la política arribistas que solo buscan su beneficio personal subidos, eso sí, a lomos del discurso demagógico sobre los males de nuestra democracia.

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