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LOS OTROS CIEN DÍAS El líder Rubalcaba: lastrado por el zapaterismo y sitiado en su PSOE..

LOS OTROS CIEN DÍAS
El líder Rubalcaba: lastrado por el zapaterismo y sitiado en su PSOE

Desde antes de su proclamación como tal, el secretario general de los socialistas ha ido dando bandazos en su estrategia de oposición condicionado por los frentes que se le multiplican.
2 de abril de 2012 Imprimir este artículo Enviar a un amigo Aumentar texto Reducir texto Compartir: Acceder al RSS Comparte esta noticia en Facebook Comparte esta noticia en Twitter Añadir a del.icio.us Buscar en Technorati Añadir a Yahoo Enviar a Meneamé Enviar a Digg Enviar a MySpace
La principal piedra que se ha encontrado Rubalcaba para poder llevar a cabo su labor de oposición ha sido su propio partido.
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"Seré un líder socialista fuerte. A mí no me van a quebrar", prometía el pasado 4 de febrero en su último discurso antes de ser elegido en el 38 Congreso Federal secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba. Ese día se convirtió en líder legítimo de la oposición, después de 50 días como "interino", tras lograr derrocar -al menos, temporalmente- a Carmen Chacón. Ni antes, ni después ha podido consolidar su liderazgo.

Dicha cita marcó el ecuador de sus primeros 100 días en la oposición del Gobierno de Mariano Rajoy, cuyo balance no resulta menos convulso que el de los populares, aunque por motivos bien distintos. Rubalcaba ha tenido en su mano en estos tres meses largos el aprovechar el lógico desgaste que el vendaval económico, agravado por una nefasta herencia, iba a provocar desde un inicio en el Ejecutivo. Intentos ha habido, pero la situación interna del partido ha tambaleado constantemente su liderazgo y con él su estrategia de oposición.

Estos últimos días ha vuelto a quedar patente en el congreso regional de Valencia, con la elección de Ximo Puig, el resurgir de Leire Pajín y la derrota de Jorge Alarte, que lo de Sevilla fue un espejismo. La reelección de Tomás Gómez en la federación madrileña no fue más que el primer varapalo -sin contar con la trinchera chaconista del PSC, liderada desde diciembre por Pere Navarro-; le seguiría el fracaso gallego de Elena Espinosa, apuesta de Ferraz frente a Pachi Vázquez.

Pero la paradójica puntilla fue la dulce derrota de José Antonio Griñán en Andalucía. Aunque Rubalcaba fingía euforia, la sorpresa del barón andaluz -también para su secretario general- le colocaba en una posición más que complicada dentro de su partido. Las cuatro federaciones socialistas más numerosas se encuentran en estos momentos en manos de firmes apoyos de su contrincante a la Secretaría General del PSOE y exministra de Defensa.

Tampoco su figura ha influido en las últimas elecciones. No obstante, si algo se le ha aplaudido a Griñán a posteriori -hasta en la misma oposición- ha sido su decisión de convocar elecciones separadas de las generales y el haber sabido alejarse de la gestión de José Luis Rodríguez Zapatero y de Rubalcaba. Ambos, imagen de un Gobierno vapuleado por su propio electorado.

Por otra parte, el caso de la victoria del fiel rubalcabista Javier Fernández en Asturias ha sido más el del fracaso del órdago de Francisco Álvarez Cascos que una reconquista del socialismo.

Y es que, a pesar de su ventaja de casi cincuenta días como líder "provisional" de la oposición, Rubalcaba no ha logrado hacer calar su mensaje de "renovación" dentro de sus filas. Si sólo su discurso en el debate de investidura de Rajoy -intoxicaciones chaconistas aparte- se alejó del mensaje que esperaba su militancia a cuenta de su "oposición útil", los vaivenes que después ha ido dando de la defensa de esta estrategia a sus continuos llamamientos a "salir a la calle" no han hecho más que desconcertar. Sobre todo, a esos antiguos votantes socialistas de centro izquierda que hartos de radicalismo decidieron no votar en las pasadas elecciones de noviembre buscando amparo en otras formaciones o quedándose en su casa refugiados en la abstención.

Sólo así se explica que pasase de defender su apoyo por "responsabilidad" a la reforma financiera a, paralelamente, sumarse a las manifestaciones convocadas en una fecha tan significativa como la del 11-M contra la reforma laboral -decisión que levantó ampollas en una buena parte de su propio partido-; llevar un doble juego con la huelga general -en una decisión, la de que sus parlamentarios trabajasen el 29-M, que no fue secundada en algunas comunidades autónomas-; o, este mismo lunes, agitar una tragedia como la de los los incendios de Galicia como si de un nuevo Prestige contra el Partido Popular se tratara.

Dentro del Congreso de los Diputados no le ha ido mejor en su estrategia de oposición. A pesar de sus constantes intentos no ha logrado que las interpelaciones de su grupo parlamentario al Gobierno, a cuenta de las medidas contra la crisis, hayan logrado borrar la herencia que arrastra.

No obstante, es muy complicado hacer olvidar que sólo en la pasada legislatura más de tres millones de personas perdieron su puesto de trabajo, o esa enorme mentira del Gobierno socialista que le supuso encontrarse al nuevo Ejecutivo de Rajoy con un déficit 23.000 millones de euros mayor que el declarado por la entonces vicepresidenta Elena Salgado. Por otra parte, una herencia propia como miembro de los Gobiernos de Zapatero y como líder del PSOE después.

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